Tiene varias pasiones pero la que más la excita son las 2 ruedas. Siempre de negro, le gustan las motos que marcan su estilo de vida.
Por Alejandro Fischer
Sofia Abusap, más conocida en Facebook como Sofía Mishukix (“es como un nombre artístico, lo tomé del animé japonés) reúne un combo que llama la atención: flaca, flaquísima, 49 kilos pero con 1,70 de altura. Definitivamente su color para vestir es el negro. Hija de sirios libaneses, creció en medio de la estepa patagónica, en ingeniero Jacobacci, Río Negro. Cuando tenía 15 años, su padre (fanático de las motos, tenía una Capriolo 125 cc) le regaló su primera moto, una Honda Dax, 50 cc.
Con ella iba al colegio secundario y al club de la ciudad junto con su hermana Edel. “Esas eran épocas sin registro y mucho menos de casco y guantes. Nadie pedía nada”, recuerda Sofía.
Además de las motos, desde chica le gusta el rock. “Siempre fui fanática de Led Zeppelin, The Doors, pero también me inspiraron hombres como Keith Richards o Jimmy Hendrix”. Si bien tuvo una tendencia a la rebeldía, los mandatos familiares -como estudiar, casarse, tener hijos y llegar a vieja con una familia- fueron más fuertes y, tras el secundario se mudó a Martínez e ingresó en la facultad donde se recibió de farmacéutica.
Por aquellos años de estudiante volvió a mudarse, esta vez al barrio chino en Belgrano, en donde por su estilo rocker se vinculó con Spinetta, Tweety González y Gustavo Cerati. “Como ellos no manejaban y yo tenía auto y era la más sobria siempre me pedían que los lleve a algún lado”.
Luego trabajó 14 años en un laboratorio de primera línea con un cargo alto. Eso sí, nunca abandonó las motos. “Llegaba al laboratorio toda de negro y adentro me vestía toda de blanco por la normas de bioseguridad. Era medio loco”.
Por esa época pasaron una Yamaha XTZ 250 para andar por los médanos, una Yamaha Virago customizada y una Kawa KZ 440 ’79 que la hizo café racer.
Pero hace tres años, la echaron por reducción de personal y ahí su cabeza hizo click y decidió salir de los mandatos. Pasó a trabajar en una farmacia, “algo más tranquilo donde manejo mis horarios”, decidió dedicarse intensamente a la fotografía y a viajar para retratar su visión del mundo. Pero lo hace en una pick-up Hilux. “El viaje es un arte”, define.
Hasta hace poco tuvo una Harley-Davidson 883 R y ahora una Ducati Scrambler café racer. Cada tanto, los domingos, se levanta temprano y hace un viajecito de unos 200 kilómetros hasta algún pueblo a almorzar. A veces sola, a veces con amigos. Siempre con su Nikon D-3200 colgada.
A la fotografía la define como “el alimento del alma”, y para seguir con su coherencia cromática, sus fotos son en blanco y negro. “Me gusta descubrir la soledad y la textura del desierto”, define sobre los paisajes que más la atraen.
Pero siempre la pasión intensa, la experimenta montada en sus motos. “Me estremece galopar en un caballo de acero”. Pero como buena motociclista es egoísta: “No llevo a nadie, la moto es sólo para mí”.