Por Alejandro Fischer
Su padre le regaló la primera a los 17. Luego conoció a su actual, una Yamaha FZ-16. La chica se está por recibir de contadora y su deseo es recorrer California.
A los 17 años, Camila Belén González (24) recibió el regalo menos pensado que un padre le puede dar a su hija, una moto. Si bien el presente pudo haber resultado sorprendente, había antecedentes. Roberto, el padre, contador, había trabajado en Zanella en la sección administración pero ya era dueño de una Honda 750 de los ’80, el tío, Julio, tenía moto, y el hermano de Camila, Nicolás, también con moto.
“En esa época vivía en Paternal y todos los días iba en bicicleta hasta la Agronomía a estudiar. Volvía desarmada. Hasta que un día mi papá me llama y me dice ‘Cami, te tengo una sorpresa’. Bajo al patio y había una Mondial 110. Lo primero que pensé fue ‘este pibe está loco, cómo le va a comprar una moto a su hija de 17 años’. Pero me explicó que era una moto chiquita (N de la R: Camila mide 1,76) que se podía manejar como una bici y que me iba a servir para ir a todos lados”.
Si bien la primera vez que se subió se fue contra una pared, sin demasiadas consecuencias para ella, la moto y la pared, el padre la convenció que si andaba con responsabilidad y tranquilidad no le iba a pasar nada. Y esa fue una buena lección porque nunca más se cayó de la moto. Su padre siguió con las clases en la puerta de su casa y así arrancó.
Paralelamente, Camila empezó a trabajar y a estudiar Ciencias Económicas. Si bien los primeros años fue algo vaga con el estudio ahora le falta muy poco para recibirse.
Al poco tiempo del regalo, la chica se puso de novia con un chico al que le gustaban las motos pero los 2 no entraban en la Mondial, así que empezó a pensar en una moto más grande.
Hasta que un día se cruzó con una Yamaha FZ-16 negra en la calle. “Te puedo asegurar que fue amor a primera vista. La vi divina y me encantó”, recuerda. Y con su padre se puso a buscar alguna usada hasta que encontró una usada con 3.000 kilómetros joya nunca delívery y se la compró.
A todo esto, el novio en cuestión ya se había comprado una Kymco Venox 250 y salían juntos a pasear cada uno con su moto. “Pero muchas veces hacíamos la cambiadita”, cuenta.
Hoy, Camila usa su FZ todos los días para moverse por la ciudad. “Mi moto me transmite no sólo libertad sino también una sensación de plenitud y satisfacción”.
Le gustaría cambiar a una moto más grande. “Me gusta el estilo de las choperas como una Harley o una Indian”. Y confiesa una fantasía: rodar por las rutas de California manejando una de esas motos.